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El derecho y el deber

Escrito por Carmen Gilda Sainz

Tiempo estimado de lectura 5 minutos

Hace varias semanas que no escribo por aquí… en septiembre estuve trabajando en la redacción de un artículo de investigación de una cliente muy importante para mí. Eso me acaparó todas las neuronas creativas de la redacción… Fue un ejercicio intelectual sumamente estimulante… definitivamente soy una “nerda” a capa y espada.

Pero mi blog de hoy no es para explicar por qué tengo unas semanas sin publicar por aquí… A pesar de que tengo el tema de hoy listo para publicar, dadas las circunstancias del día de hoy, Octubre 6 del 2019, ese se queda para la siguiente.

Hoy es un día muy importante en nuestro país… Elecciones primarias. Tengo muchos sentimientos encontrados, pero, a pesar de ello, me levanté, me cambié y me fui a ejercer mi derecho y a cumplir con mi deber como ciudadana. Igual que lo haré en mayo 2020.

Yo no voy a hablar de política y muchísimo menos de políticos. Pero sí del deber que tenemos de ejercer nuestro derecho al voto. Nuestro país se cae a pedazos, eso no hay nadie que no lo vea. A pesar de que hay gente buena en la política tratando de aportar su granito de arena para que esto eche para adelante –no todos están usurpando nuestro país– la gran mayoría de las personas que deben velar por los intereses del pueblo solamente están velando por los suyos propios.

El resto de nosotros, que no trabajamos en política, pero sí aportamos –nuestros conocimientos, nuestro sudor, nuestros impuestos– estamos en la obligación de ir a votar. De hacer que se escuche nuestra voz. Cada gota de agua en un vaso cuenta, si de alguna manera, haber votado hoy, ayuda a encaminar mejor a mi país, me siento satisfecha.

No obstante, esta mañana en mi cabeza daba vueltas el desánimo, el para qué voy a votar. Para qué voy a votar hoy en unas primarias de un partido con el cual no me identifico, otro partido más que usó a mi país como su carrito de chimichurri personal. ¿Para qué ir? Si yo lo que siento es que soy un títere más en un sistema que beneficia únicamente a los que están en la boleta electoral y a sus secuaces.

Pues hay que ir porque, supuestamente, eso influirá en lo que llegue a la boleta electoral en Mayo 2020. Pero si yo, desde los 18 años, lo que sé es que mi voto se lo van a robar, lo van a manipular, a falsificar, que mi voto ya se lo dieron a otro con un pica pollo y 200 pesos. Para qué votar si como quiera, gane quien gane, cada partido que sube ahí es a chuparse la sangre de nuestro país.

A pesar de todo lo que sentía, le expliqué a mi hija que me estaba arreglando para salir a hacer algo muy importante para nuestro país. Le dije que los ciudadanos eligen a sus gobernantes y que eso se hace votando. Le dije que los gobernantes se deben al pueblo que los eligió. Quiero que mi hija tenga consciencia de lo qué es un país, de cómo funciona y quiero ser ejemplo para ella. Así que me fui a votar.

Todas las elecciones desde que cumplí los 18 he ido a votar, sobre todo porque mi abuela –personaje con larga historia política en nuestro país– me llamaba sin falta para recordarme ir a votar y dado el hecho de que mi abuelo y ella casi mueren luchando contra Trujillo, lo menos, ¡lo menos! que yo puedo hacer es ir a votar. Debo confesar que la siguiente fecha de elecciones luego del año que falleció mi abuela no fui a votar… Ya ella se había ido y no recibir sus llamadas pro-votación ese año fue duro para mí… Eso sí, creo que la doña hasta se me apareció de ultratumba en las siguientes para que fuera.

Hoy cuando estaba en el recinto en el que me toca votar observaba calladamente a las personas allí presentes… se me aguaron los ojos y se me rebosó el pecho de emoción al ver a un viejito, muy viejito, con zapatos ortopédicos y un bastón de 4 patas bajando la escalera ayudado por dos personas a sostenerse en pie, una en cada brazo. Al bajar el último peldaño, se sentó orgullosamente en su silla de ruedas y alguien lo empujó hacia la salida.

Por él, por mis abuelos y por todos los viejitos que van cada cuatro años, sin importar lo frágiles que estén, yo sigo yendo a votar. Voto porque honro de esa manera a todos los que han luchado por nuestro país. Por mi hija y por todos los niños de este país, sigo yendo a votar. Sigo yendo a votar porque el que no vota pierde su derecho a opinar.

Voto porque se supone que en las manos del pueblo es que está el poder y parece que eso ¡se nos ha olvidado! (Para el que se le haya olvidado: la palabra democracia, que se supone que es nuestro sistema político, viene del griego dêmos ‘pueblo’ y krateîn ‘gobernar’). Voto porque algo de aliento nos debe de quedar para seguir luchando para que ese voto no sea sólo un soplo de aire en una nube de papel.

Voto porque confío que algún día podremos salir de esta situación y que mi pueblo que amo, al que veo hoy cansado y sin esperanzas, podrá recuperar las energías. Voto porque espero que algún día los sistemas de educación, de salud, de transporte, de recaudación de impuestos, etc., podrán funcionar como es debido. Para que eso suceda, todos debemos ir a votar, cumplir nuestros deberes y exigir nuestros derechos como ciudadanos.

¿Y tú? ¿Ya fuiste a votar?

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